He vuelto a soñar con el amor. Así me gusta llamarle, porque aún no sé su nombre... Te he soñado durante varias noches y aún no distingo tu rostro, te he soñado por incontables noches y aún no sé tu nombre. Siempre que sueño con el amor hay algo diferente, pero al final siempre termina igual.
Anoche, besada por el fuego, con tus ojos, tu cabello y tus labios rojos, tomabas mi mano mientras echados en un sofá veíamos televisión sin verla realmente. Tus ojos eran demasiado para mí y no podía sostener la mirada, pero me sentía tentado a seguir viéndote, te contemplaba mientras en ocasiones tu veías a la nada, y al final cerraba mis ojos para sentir con más fuerza tus labios.
Antes de esa noche, eras luz entre oscuridad, blanca cabellera como blanca era la luna de esa noche y tus ojos azules, claros como el cielo en sus días más bonitos encajaban perfectamente como la reencarnación de la mismísima Selene, diosa griega de la luna. Bajo un cielo estrellado y con una luna crecida en su mismo romanticismo, recorríamos juntos el centro de ésta ciudad, andábamos por pasajes y nos escurríamos entre el pequeño laberinto de concreto. Nuestras manos juntas contemplando la fiesta de luces y el espectáculo cultural.
Antes, el sol brillante sobre tu cabello rubio destellando hacía todo lado, sol qué también aclaraba cada vez más ese color verde-amarillo de tus ojos , en un caluroso y agotador día, en algún parque de ésta basta ciudad. Caminábamos al rededor de un montón de personas, una multitud, una turba. Íbamos lento, a un ritmo que no distrae ni deja pensar a nadie más, donde lo único que importaba era lo que pasara entre nosotros.
Antes, ojos verdes y cabello castaño, sobre mi estabas echada, me recriminabas por mi forma tan infantil de ser, me decías que era un imbécil y que no tomaba nada en serio, te abalanzabas sobre mí y me besabas, no importara cuanto durara el beso, apenas acababa terminabas con un 'Eres un gran imbécil'. Echada a mi lado en la cama, veíamos el techo mientras hablábamos de cómo la vida nos había llevado a esa cama, como habían pasado tantos años y seguíamos ahí, como si fuese la primera semana.
Antes, cabello negro y ojos azul-verde, en los que me perdía cuando te miraba. Un día frío y gris, donde la lluvia no tardaría en presentarte, iba detrás de ti a todo lo que mis piernas daban, tú, por tu parte ibas relajada, burlándote de mí a tu manera, apostando sabiendo que ganarías y buscando cosas en mí que pensé que nadie buscaría jamás. Llegamos a tu casa, empapados en sudor para ducharnos y desayunar, era feliz cocinándote pese a que sabía que tu lo hacías mucho mejor. Comíamos para echarnos a descansar en tu cama.
Antes, de colores vivos y extravagantes, con ojos marrones me rodeaba de tus brazos, escuchaba tus vivencias y te compartía las mías, en el calor de tu cuerpo. Caminábamos entre los edificios que circundaban tu casa, torres altas y pocas casas, muchos parques y pocos árboles, al final encontrábamos un tumulto de pasto donde pasábamos horas hablando de lo que fuera, y nunca nos cansábamos.
Al final he sabido que todas estas mujeres en mis sueños eran una sola, eras tú, amor. Lo sabía por la fortaleza del sentimiento, y lo poderoso que éste llega a ser. Lo sabía porque al final, siempre pasaba lo mismo, me encontraba en el sentimiento, vivía en el y dejaba que se fuera sin poder hacer nada. Al final siempre has venido para irte pronto, amor. Pero en éstos días he vuelto a soñar constantemente contigo, esperando que cada vez sea más lenta esa ida, hasta el punto de que sea lo suficientemente fuerte para poder retenerte.