Extraño solemnemente tu sonrisa cuando caías sobre mi pecho, recostados en ese sofá que nos encontró amándonos. Aquellos momentos que hacen mi existencia un poco menos miserable, que en su momento me dieron razones para ser alguien y así mismo me dieron enseñanzas que al final de todo me alegran de formas inimaginables. Sin embargo, la melancolía siempre llega, y tú eres la razón de eso.
Es que básicamente extraño todo de ti. Tu sonrisa, tu mirada, tú suave y blanca piel que enrojecía al ser besada. Cada momento a tu lado lo recuerdo con claridad, incluso aquel primero, que fue hace ya tanto tiempo. Jamás olvidaré esa primera vez que te vi, parecía que ninguno de los dos estaba emocionado hasta que cuando te saludé me sonrojé, y tu al notarlo también lo hiciste. Fue tan fugaz, fue tan irreal, pero sé que eramos alguien en la vida del otro, y lo más importante, eramos felices.
Las situaciones juntos siguieron ocurriendo, caminando de tu mano por la ciudad, corriendo de un lado a otro, queriéndonos a nuestra manera. Me siento como un idiota cada vez que recuerdo cómo comencé a dañar todo. Aunque quizás esa es la razón por la que hoy día soy más comprensivo. Sacaste lo mejor de mí, espero en algún momento haber sacado lo mejor de ti. Marcaste un antes y un después en mi vida, pero en ese espacio que vivimos entre el antes y el después me hiciste infinitas veces el hombre más feliz del mundo.
Pero... Ya no me queda nada más que un te extraño. Sé que es imposible que lo nuestro regrese, sé que es imposible que algún día me perdones.
Sin más, no pararé de extrañarte. No lo creo físicamente posible.