sábado, 1 de septiembre de 2018

Idilio de amor.

No recuerdo cuando fue la última vez que vi esos ojos verdes mirarme de esa forma. He de admitir, siempre me encantó como contrastaban tus ojos con tu cabello negro. El bar estaba lleno, y eso hacía que estuvieses más cerca mío.

Nuestros pasos eran torpes, más por mi culpa que por nada, pero a ti no te importaba, siempre me dijiste que te gustaba verme sonreír, y de alguna manera eras la única a quien le regalaba mis sonrisas más sinceras. Nuestros pasos eran torpes... mis pasos eran torpes y lo único que hacías era reírte de eso. Te burlabas de mi, pero por verte así de feliz, cualquier cosa.

Al final, cada paso era un par de segundos más a tu lado,  cada paso que se daba me llevaba más y más cerca a tus labios. Pero aun el momento no llegaba. La torpeza no solo estaba en los pies, podías notar como cuando no estábamos bailando, torpemente buscaba tomar tu mano, y pese a que te dabas cuenta lo mucho que sufría por esto, no me colaborabas, porque aunque te gustase la idea, te gustaba aun más verme intentar ese tipo de cosas que sabías que no haría por nadie más.

La noche seguía su largo camino, mientras tu y yo nos íbamos viendo más y más a los ojos, tu hermosa mirada era la razón por la que siempre me quedaba ahí, embobado, viéndote. Poco a poco entre risas y palabras volando, las cervezas que teníamos se fueron acabando, y la hora de irnos se iba acercando.

Al final tu mejilla junto a la mía, mientras al oído me susurrabas las palabras más dulces que jamás me habías dicho, dejando en incertidumbre si esa noche se cumpliría, o no mi pequeño gran sueño.

Mi pequeño gran sueño; un beso en el que se fundan en una sola tu alma y la mía.