El humo del cigarrillo se eleva y nubla aquella luna llena que yace sobre el cielo. La misma luna que me ha acompañado en éstas largas noches... Noches que antes compartía contigo y que ahora comparto con mi soledad. Nubes, humo y una luna en lo más alto del cielo son lo único constante en mi vida.
Recuerdo con nostalgia la primera luna que compartí contigo. Fue un día extraño, era el primer día que te había invitado a salir, nos veríamos en un centro comercial. Desde el momento que me desperté y supe que era el día me sentía nervioso, la ansiedad recorría mi cuerpo. Quedamos de vernos para almorzar, pero de almuerzo solo teníamos la hora. Recuerdo haber llegado casi una hora antes, una hora donde me decía a mi mismo que me relajara, que no podía presentarme frente a ti de esa manera.
El tiempo pasó y me llamaste, me preguntaste donde estaba y acordamos un sitió para encontrarnos. Llegué a la banca y me senté, mis manos inquietas y mi cabeza dándome vueltas. Miraba a todos lados esperando verte, hasta que de la nada me sorprendiste abrazándome por la espalda. Me puse frío... Volteé y besé sutilmente tu mejilla intentando acercarme un poco a tus labios y te sonrojaste, empezamos a caminar sin mucho rumbo.
La tarde transcurrió sin muchos sobresaltos, hablamos, reímos y nos sentíamos cómodos. El tiempo pasó tan rápido que cuando menos nos dimos cuenta una gran luna llena se posaba sobre el cielo. Eran las 8 de la noche y estábamos cerca de tu casa, te dije que te dejaba y luego tomaba mi bus. Íbamos caminando, y empecé a distraerme con la luna, hasta el punto que en un momento casi me voy contra un carro. En ese momento tomaste mi mano y comenzaste a dirigir mis pasos, para mí ese momento era irreal, caminaba bajo una hermosa luna, tomado de la mano de una hermosa mujer.
Estar contigo me gustaba más de lo que yo mismo imaginaba, y no era consciente de eso en ese momento. Llegamos a la puerta de tu casa y me ofreciste entrar un rato, y yo lleno de pena accedí. Nos echamos en el sofá y empezamos a ver televisión, te notaba muy atenta hacia mí, y el tiempo siguió fluyendo rápidamente. En un momento me levanté del sofá y miré la hora, eran las 10:30PM, si no salía ya no habría forma de volver a mi casa.
Una parte de mí no quería irse de ahí, quería quedarse para siempre en ese sofá, rodeado por tus brazos, entrelazado con tus piernas, pero supongo que nunca he sido lo suficientemente valiente como para tomar decisiones estúpidas y apresuradamente te dije que debía irme. Me acompañaste a la parada, con el frío más absurdo que jamás había vivido, pero soportado por el calor que me estabas dando. Pasó el bus y en un intercambio rápido de miradas te robé un beso y al momento de separarme de ti ya estaba sobre el bus. Desde la ventana te veía sonrojada. El bus partió y yo solo pude ir el resto del camino hasta mi casa viendo la luna llena sobre el cielo.
Al día de hoy no sé que es de ti, desde que te fuiste del país perdimos el contacto, tuvimos una relación bonita, llena de altibajos pero con un cariño que siempre fue constante, incluso hasta el momento de tener que terminarla. No sé que será de ese centro comercial, ni de ese sofá donde departíamos, pero sé que donde quiera que estés y a donde quiera que sea que vayamos, la luna llena siempre estará ahí acompañándonos.
El humo del cigarrillo se eleva y nubla aquella luna llena que yace sobre el cielo. La misma luna que me ha acompañado en éstas largas noches... Noches en las que te recuerdo con nostalgia y cariño, noches en las que puedo sonreír porque sé que guardo algo de ti dentro de mí.
martes, 18 de junio de 2019
lunes, 3 de junio de 2019
He vuelto a soñar.
He vuelto a soñar con el amor. Así me gusta llamarle, porque aún no sé su nombre... Te he soñado durante varias noches y aún no distingo tu rostro, te he soñado por incontables noches y aún no sé tu nombre. Siempre que sueño con el amor hay algo diferente, pero al final siempre termina igual.
Anoche, besada por el fuego, con tus ojos, tu cabello y tus labios rojos, tomabas mi mano mientras echados en un sofá veíamos televisión sin verla realmente. Tus ojos eran demasiado para mí y no podía sostener la mirada, pero me sentía tentado a seguir viéndote, te contemplaba mientras en ocasiones tu veías a la nada, y al final cerraba mis ojos para sentir con más fuerza tus labios.
Antes de esa noche, eras luz entre oscuridad, blanca cabellera como blanca era la luna de esa noche y tus ojos azules, claros como el cielo en sus días más bonitos encajaban perfectamente como la reencarnación de la mismísima Selene, diosa griega de la luna. Bajo un cielo estrellado y con una luna crecida en su mismo romanticismo, recorríamos juntos el centro de ésta ciudad, andábamos por pasajes y nos escurríamos entre el pequeño laberinto de concreto. Nuestras manos juntas contemplando la fiesta de luces y el espectáculo cultural.
Antes, el sol brillante sobre tu cabello rubio destellando hacía todo lado, sol qué también aclaraba cada vez más ese color verde-amarillo de tus ojos , en un caluroso y agotador día, en algún parque de ésta basta ciudad. Caminábamos al rededor de un montón de personas, una multitud, una turba. Íbamos lento, a un ritmo que no distrae ni deja pensar a nadie más, donde lo único que importaba era lo que pasara entre nosotros.
Antes, ojos verdes y cabello castaño, sobre mi estabas echada, me recriminabas por mi forma tan infantil de ser, me decías que era un imbécil y que no tomaba nada en serio, te abalanzabas sobre mí y me besabas, no importara cuanto durara el beso, apenas acababa terminabas con un 'Eres un gran imbécil'. Echada a mi lado en la cama, veíamos el techo mientras hablábamos de cómo la vida nos había llevado a esa cama, como habían pasado tantos años y seguíamos ahí, como si fuese la primera semana.
Antes, cabello negro y ojos azul-verde, en los que me perdía cuando te miraba. Un día frío y gris, donde la lluvia no tardaría en presentarte, iba detrás de ti a todo lo que mis piernas daban, tú, por tu parte ibas relajada, burlándote de mí a tu manera, apostando sabiendo que ganarías y buscando cosas en mí que pensé que nadie buscaría jamás. Llegamos a tu casa, empapados en sudor para ducharnos y desayunar, era feliz cocinándote pese a que sabía que tu lo hacías mucho mejor. Comíamos para echarnos a descansar en tu cama.
Antes, de colores vivos y extravagantes, con ojos marrones me rodeaba de tus brazos, escuchaba tus vivencias y te compartía las mías, en el calor de tu cuerpo. Caminábamos entre los edificios que circundaban tu casa, torres altas y pocas casas, muchos parques y pocos árboles, al final encontrábamos un tumulto de pasto donde pasábamos horas hablando de lo que fuera, y nunca nos cansábamos.
Al final he sabido que todas estas mujeres en mis sueños eran una sola, eras tú, amor. Lo sabía por la fortaleza del sentimiento, y lo poderoso que éste llega a ser. Lo sabía porque al final, siempre pasaba lo mismo, me encontraba en el sentimiento, vivía en el y dejaba que se fuera sin poder hacer nada. Al final siempre has venido para irte pronto, amor. Pero en éstos días he vuelto a soñar constantemente contigo, esperando que cada vez sea más lenta esa ida, hasta el punto de que sea lo suficientemente fuerte para poder retenerte.
Anoche, besada por el fuego, con tus ojos, tu cabello y tus labios rojos, tomabas mi mano mientras echados en un sofá veíamos televisión sin verla realmente. Tus ojos eran demasiado para mí y no podía sostener la mirada, pero me sentía tentado a seguir viéndote, te contemplaba mientras en ocasiones tu veías a la nada, y al final cerraba mis ojos para sentir con más fuerza tus labios.
Antes de esa noche, eras luz entre oscuridad, blanca cabellera como blanca era la luna de esa noche y tus ojos azules, claros como el cielo en sus días más bonitos encajaban perfectamente como la reencarnación de la mismísima Selene, diosa griega de la luna. Bajo un cielo estrellado y con una luna crecida en su mismo romanticismo, recorríamos juntos el centro de ésta ciudad, andábamos por pasajes y nos escurríamos entre el pequeño laberinto de concreto. Nuestras manos juntas contemplando la fiesta de luces y el espectáculo cultural.
Antes, el sol brillante sobre tu cabello rubio destellando hacía todo lado, sol qué también aclaraba cada vez más ese color verde-amarillo de tus ojos , en un caluroso y agotador día, en algún parque de ésta basta ciudad. Caminábamos al rededor de un montón de personas, una multitud, una turba. Íbamos lento, a un ritmo que no distrae ni deja pensar a nadie más, donde lo único que importaba era lo que pasara entre nosotros.
Antes, ojos verdes y cabello castaño, sobre mi estabas echada, me recriminabas por mi forma tan infantil de ser, me decías que era un imbécil y que no tomaba nada en serio, te abalanzabas sobre mí y me besabas, no importara cuanto durara el beso, apenas acababa terminabas con un 'Eres un gran imbécil'. Echada a mi lado en la cama, veíamos el techo mientras hablábamos de cómo la vida nos había llevado a esa cama, como habían pasado tantos años y seguíamos ahí, como si fuese la primera semana.
Antes, cabello negro y ojos azul-verde, en los que me perdía cuando te miraba. Un día frío y gris, donde la lluvia no tardaría en presentarte, iba detrás de ti a todo lo que mis piernas daban, tú, por tu parte ibas relajada, burlándote de mí a tu manera, apostando sabiendo que ganarías y buscando cosas en mí que pensé que nadie buscaría jamás. Llegamos a tu casa, empapados en sudor para ducharnos y desayunar, era feliz cocinándote pese a que sabía que tu lo hacías mucho mejor. Comíamos para echarnos a descansar en tu cama.
Antes, de colores vivos y extravagantes, con ojos marrones me rodeaba de tus brazos, escuchaba tus vivencias y te compartía las mías, en el calor de tu cuerpo. Caminábamos entre los edificios que circundaban tu casa, torres altas y pocas casas, muchos parques y pocos árboles, al final encontrábamos un tumulto de pasto donde pasábamos horas hablando de lo que fuera, y nunca nos cansábamos.
Al final he sabido que todas estas mujeres en mis sueños eran una sola, eras tú, amor. Lo sabía por la fortaleza del sentimiento, y lo poderoso que éste llega a ser. Lo sabía porque al final, siempre pasaba lo mismo, me encontraba en el sentimiento, vivía en el y dejaba que se fuera sin poder hacer nada. Al final siempre has venido para irte pronto, amor. Pero en éstos días he vuelto a soñar constantemente contigo, esperando que cada vez sea más lenta esa ida, hasta el punto de que sea lo suficientemente fuerte para poder retenerte.
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