viernes, 19 de diciembre de 2014

El último suspiro.

Mientras más pasan los días más recuerdo ese momento. Cuando todo devino y de una amistad tan pura como el brillo de una esmeralda surgió una fuerza más allá, una que jamás podré explicar. Evoco tu recuerdo en razón de tu silencio. Aquel silencio que con rudeza apuñala lo más profundo de mi ser y desvanece mi alma en un vaso de vino que posteriormente derramarás. Sin más, en mis últimos instantes donde la razón y la cordura gobiernan mi ser, he de decirte de la forma más sincera que cómo a ti, no creo encuentre jamás a alguien. Que como a ti, no creo que jamás vuelva a dar tanto por alguien. Son mis últimos minutos, son mis últimos suspiros, son tuyos también, pues a lo que a mi respecta, la última fracción de mi vida fue más tuya que mía. Y aunque tú no estés y quizás no recuerdes quien soy, seguiré robándote aquellos fragmentos de ti que generan energía en mi corazón y desatan la inspiración que necesito.

Evoco tu recuerdo, para rememorar aquel instante en que me di cuenta que tu mirada hacía mi era diferente a la primera mirada que me regalaste. Eran quizás las 10 de la mañana, corrías de un lado a otro buscando materiales para realizar tu labor, mientras yo despreocupado bebía de mi botella un profundo sorbo de agua.  El estrés te dominaba, lo noté cuando no me dejaste acercarme de la forma que tanto te gustaría en un futuro. Tu mirada dispersa buscaba rotundamente alejarse de la mía y evadías de forma astuta aquellas preguntas que intentaban entrar en un tema un tanto más romántico.
Ese día todo saldría mal, o al menos eso pensé. La verdad no sé cual era mi afán para tenerte a mi lado, si tú ni siquiera te habías dado cuenta de lo que por ti sentía. Pasó el medio día, rechazaste mi invitación a almorzar, terminé yendo sólo prometiéndote que volvería. Casualmente ese día me encontré con unos amigos, y mi tarde se dispersó con ellos. Cuando eran las 6 de la tarde, recordé mi promesa y salí corriendo a buscarte de nuevo. Llegué y encontré todo tal como estaba cuando me fui. Tú en un estado de cólera, corriendo de un lado a otro, mi botella de agua al lado del sofá, un desorden en la mesa donde solías trabajar, un aire de cansancio y desespero. Sin embargo, cuando me viste, cambio algo en ti de una forma tan drástica que me conmocionó de una forma indescriptible.
Cuando volteaste a ver quien había llegado, y me viste, tu sonrisa, tu mirada, tú cambiaste. Jamás olvidaré esa mirada, y esa sonrisa, un cambio drástico del desespero a la emoción. Lo correcto en ese momento era besarte, pero mi cabeza jugando con mis movimientos falló y entre un abrazo desde lo más alto de tu cintura y un beso sin rumbo fijo que estrelló con tu mejilla, noté que en tus ojos un brillo especial. Algo que no notaba desde hace mucho tiempo en una persona, un brillo de esperanza. 
Ese día entendí que mi misión en esta vida, en estos instantes, en ese lapso de tiempo que tú me permitieras, sería nada más que mantener esa mirada y esa sonrisa, llenas de esperanza, llenas de magia. Vivir dentro de esa magia, vivir dentro de esa ilusión. 

Sin embargo, en mi último suspiro fracasé, de nuevo.

jueves, 18 de diciembre de 2014

Entre sábanas.

Cómo olvidar ese momento tan especial para mí... quizá para nosotros. La vida nos sonreía, me sonreía, tú me regalabas tu sonrisa, tú eras mi vida. Sin embargo a veces lo fugaz de una sonrisa depende de una serie de momentos, en cuya densidad se encuentran los sacrificios, grandes, pequeños...

Recuerdo ese día, todas las noches, todos los días. Gris como Bogotá nos tiene acostumbrados, el frío nos hacía ceder. Mientras en el sofá me dejabas consentirte y acariciar tu cabello, pellizcabas de una forma dulce y encantadora mi barriga. Todo era perfecto, de repente la situación se tornó un poco más "divertida", mientras la película que veíamos rodaba, y tú en tu afán de evitar que las cosas pasaran intentabas enfocarte en la película argumentándome que jamás en tu vida la habías visto, yo intentaba buscar tu cuello, buscar tus manos, fuiste la cómplice de los engaños de mi mente, fuiste la cómplice de aquellos movimientos involuntarios que a propósito aparecían sobre tu cuerpo. Mientras pacientemente esperaba a que sucumbieses, cayó un relámpago. Me comentaste que el televisor no aguantaría una descarga eléctrica por lo que lo más prudente era apagarlo. Me tomaste de la mano, y me llevaste a tu cuarto... En mi cabeza un soneto, muy Gustavo Cerati sonaba, algo así como Persiana Americana. Algo como "Es difícil pensar, hasta donde llegaré". En ese momento me dijiste que esperara en la cama, te levantaste y observaste la ventana, llena de gotas de lluvia, llena de oscuridad, llena de nostalgia. Te noté preocupada, no lo mencioné, mi cabeza seguía insistiendo en que debería comenzar a "lanzarme" más. Era una excelente oportunidad, pero siempre fui prudente. Sabía que en cualquier momento alguien llegaría, y esa no sería la mejor situación para nosotros. Me levanté y te abracé, así como la primera vez, no tanto como la última. Te tomé de la cintura y te di un beso en el cuello, uno lleno de inocencia y de compañía. Ahí nos quedamos, 5 minutos viendo la ventana, husmeando tu mirada, buscando tu sonrisa para robártela con la mía. 5 minutos que parecieron 50, 5 minutos en los que mi corazón se aceleró, en que tu sonrisa me robó el alma. Fueron 5 minutos en los que me di cuenta que te amo. Sí, en presente...
La lluvia disminuía y me dijiste que fuésemos a recostarnos un rato, sin intenciones más allá que la de descansar, quizás a nuestro modo. El frío era terrible, ni tú con los busos que suelo utilizar habitualmente cesabas de temblar, ni mis abrazos, ni nada ejercía el calor suficiente para quitarte ese frío, así que finalmente me lo propusiste. "Acostémonos debajo de las sábanas, así de pronto se va el frío". Yo sin pensarlo medio segundo accedí. Sabía que mis manos en lo oculto de las sábanas serían más ágiles, menos fáciles de predecir. Entendí que ese momento que la vida a tu lado llena de gozos y emociones cesaría el día en que yo dejara de luchar, en que dejara de buscar la magia de tu sonrisa. Mientras mis manos tocaban tu cuerpo, tu sucumbías ante el cosquilleó, ninguno de los dos veía que hacían mis manos, la única que lo sentía eras tú, yo seguía deleitándome frente a tu sonrisa. Frente a tu mirada de "Odio que hagas esto Camilo, pero no pares, no pares porque entiendo que tú me das felicidad"... Cesó la lluvia, cesó el frío, cesó la inquietud de mis manos... Volvimos al sofá, era de noche, debía partir. Me acompañaste a la puerta, me diste un dulce beso en la mejilla, intenté cambiar la posición pero esta vez me ganaste en agilidad, me dijiste "Ten cuidado, no quiero que nada te pase porque" y pausaste, 3 segundos que parecieron un minuto. Mi mundo se detuvo, se volvieron a abrir tus labios y de ellos salieron un "Te quiero", el más sincero que diste en tu vida, el más hermoso. Intenté buscar tus labios, pero una fuerza mayor me detuvo, algo en mí dijo "Hoy ya hiciste demasiado, no la cagues imbécil" y tomé tus manos, sonrojado a más no poder, te miré a los ojos y recité un "Te amo" al cual no supiste responder. Ahí partí.

Eventualmente sueño con ese momento, creo jamás podré superarlo. Sólo me queda un gracias, por dejarme vivirlo.

lunes, 15 de diciembre de 2014

Un atardecer eterno.

Viene el atardecer, pasó otro día, otro día sin hablar, otro día sin dejar de pensar en ti. No puedo sacarte de mi cabeza desde aquel momento que soltaste mis manos, desde aquel momento en que tu mirada se separó de la mía. Desde aquel adiós que sin más separó los lazos que conectaban nuestras existencias, aquel adiós que destruyó parte de mí. Otro atardecer más que observo anhelando tu regreso, esperando pacientemente un quizá. El tiempo no es remedio, del tiempo deviene el recuerdo, el olvido es la solución de quien realmente nada sintió. Mientras más pasa el tiempo, más te extraño, menos te olvido...

Al final sólo me queda suspirar, mientras sigo viendo este atardecer... no sólo éste, el de mañana, el de pasado mañana... Así la vida será un constante anhelo frente a un atardecer eterno.

viernes, 12 de diciembre de 2014

Lamentos.

Pasan los días y la vida sigue jugando con mi cabeza. Tú estás, pero no estás al mismo tiempo, pareces pendiente, pero a la vez no, pareciera que me sigues mi juegos, como lo hacías en el pasado, pero a la vez es como si no comprendieras lo que intento hacer. Hablamos, pero callamos... Y aún sigo acá teniendo más de mil razones para irme y dejarlo todo, mil razones para olvidar, pero hay una fuerza, una única razón para que yo decida quedarme y siga soñando despierto, y esa razón no tiene palabras para ser definida, es muy complejo. Sólo me gustaría, que algún día supiera que es lo que de verdad pasa por tu cabeza... qué es lo que realmente quieres... qué es lo que realmente puedo hacer por lo que quiero... qué es aquello que puedo sacrificar de mí para poder en mis brazos tenerte, al menos un instante más.