Aun recuerdo aquella tarde, lluviosa y gris en que te acercaste a mí y sin previo aviso embestiste mi cuerpo y me encerraste en un abrazo. En ese momento quedé anonadado y encantado. No sabía que estaba pasando, pero no me disgustaba, de hecho me ponía demasiado contento. Nunca entendí la razón de ese abrazo, solo sé que cambió mi forma de ver el presente, mi presente.
Comencé a darme cuenta que cada abrazo que me dabas era diferente. En algunos nuestros cachetes eran los protagonistas, buscándose entre ellos para sentir el mutuo calor. Otros donde mis labios buscaban tu cuello y tú cedías ante pequeños besos que recibías. Algunos donde nos quedábamos mirándonos fijamente en los cuales sentía que me iba a perder más y más en tus hermosos ojos azules. Creo que mi tipo de abrazo favorito, era ese en que recostados, buscabas mi pecho y te postrabas sobre mi humanidad, sintiendo los latidos de mi corazón, sintiendo yo el calor de tu ser. Un abrazo tranquilo, que nos llenaba de serenidad. Un abrazo perfecto.
Hoy te sigo viendo, pero a la distancia. Te fuiste lejos por cuestiones del destino, y pese a que mantenemos el contacto, estás muy lejos para darte un abrazo. Quizás, cuando vuelvas de tu viaje, todo sea igual, esos abrazos, esos besos, esas miradas, esa sonrisa que me regalabas, tímida y coqueta cada vez que mis brazos se separaban de ti... ojalá todo sea igual. Para ese entonces, solo quiero estar entre tus brazos. Vivir así, feliz, a tu lado.