Y en círculos el cazador ando durante mucho tiempo. Vagaba, con su mirada fija en la luna, esperando a que la luz de un pronto amanecer le diese un norte y por ende una señal de ubicación. Un amanecer dónde los tonos azules y naranjas se besan y el sol empieza a tocar el firmamento, en un cielo que de un vistazo rápido será blanco, pero que al detallar irá perdiendo su color en las hojas de los árboles y en la densidad de éstos. Aquel sol que pretendía dar esperanza, terminó desapareciendo antes de que se imaginara. Un día gris, con gotas resbalándose por las hojas que minutos atrás habían sido bañadas por la luz solar, un día gris lleno de nubes que atormentó al cazador hasta que la oscuridad volvió a poseer el firmamento.
Perdido, cansado, desesperado y ansioso, aquel cazador decidió tomarse un respiro, al mirar el cielo nocturno se percató que a lo lejos, una pequeña estrella titilaba, como ninguna otra que hubiese visto antes en su vida. Poco a poco fue cerrando sus ojos, hasta que repentinamente el cantar de los pájaros hiciese que los se abriesen de repente. Era nuevamente de día, y decidido a salir de ése extraño lugar el cazador emprendió un nuevo camino, haciendo uso de todas aquellas técnicas que la experiencia le había proveído se encaminó a la salida de su laberinto.
Durante las primeras horas seguía sintiendo que caminaba en círculos, se sentía perdido y se desesperaba, pero cuando pensaba bien las cosas encontraba pequeños detalles que le hacían cambiar de opinión. Se dio cuenta, que en pequeñas cosas encontraba grandes diferencias y empezó a tener en cuenta cualquier mínimo detalle. Encontró en la simplicidad su más grande tesoro, aquel que en menos de lo que esperaba lo ubicó nuevamente y le dio valor para continuar con su aventura.
El cazador ya no estaba perdido, recorría nuevamente con total confianza aquellos lugares que en un momento lo agobiaban. En su tesoro encontró la tranquilidad, en su tesoro encontró la fuerza que necesitaba para afrontar con aun más experiencia, nuevas aventuras.
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