Recuerdas. Íbamos de la mano, el sol brillaba y mientras todo el mundo sonaba, nosotros en nuestra cúpula invisible sonreíamos como estúpidos, pues lo único que importaba en ese momento era que nuestras manos no se soltaran. Era un sábado, quizá un domingo. No lo recuerdo bien, tan solo recuerdo que ese día estabas radiante. En esos días llevaba 15 o 20 días dejándome crecer la barba y a ti te gustaba ir a ella y consentírmela, con tus manos, con tus mejillas, con tus labios. Nada podía ser mejor.
Me equivoqué. Estábamos en tu casa, recostados en el sofá. Ambos teníamos un libro, yo en esa época estaba leyendo un ensayo de un portugués, tú leías algo de un alemán si no estoy mal. Yo acostado en tus piernas, mientras de alguna manera te las arreglabas para pasar la página mientras me consentías el cabello y la barba. Eso era la perfección. No era alemán, era francés.
Mientras el sol se escondía y debíamos prender las luces, en el televisor pasaban una película, una película fuiste capaz de contarme mientras nuestros labios se buscaban, Una película a la cual no le presté mucha atención pero de la que tengo recuerdos. Todo por tu culpa. Llegaba el momento más triste del día, aquél en que tenía que decirte adiós. No sin antes tomar de tus manos, decirte una que otra cosa espontanea pero romántica que se me ocurriera y besarte. Así el adiós no era tan malo. Pero la falta que me hacías era tenaz.
No pasaba más de una semana y nos volvíamos a ver, cada vez estabas más hermosa. Cada vez disfrutaba más tu compañía. Como extraño esa felicidad.
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